Jorge Alberto Hidalgo Toledo.
Correo
electrónico de contacto: jhidalgo@anahuac.mx
Resumen: Pre-mediar,
mediar, remediar, hipermediar. La
interfaz es el eje de la producción simbólica de la era digital. Es
la clave de la compleja red de interacciones simbólicas que establece el
usuario con la realidad, con otros usuarios, con el diseñador y el programador.
Es una prótesis metacomunicacional, una extensión
artificial del cuerpo y el intelecto. Ha sido diseñada para satisfacer en modo trasparente, la
necesidad de percepción, conexión, socialización, reconocimiento,
representación, cognición, e interpretación entre el enunciador y el
enunciatario; entre el diseñador y el usuario. La interfaz busca la empatía
semántica y discursiva entre el emisor y el receptor. Su naturaleza perceptiva,
conversacional e interpretativa expande los códigos de transmisión y
comunicación, contrae la distancia entre los interlocutores y establece nuevas
conexiones, nuevas redes de comunicación. La interfaz como herramienta de
comunicación, constituye distintas facetas de un mismo modo de relación con la
realidad de nuestra cultura. Codifica y materializa; representa simbólicamente
el cosmos contextual entre los interactuantes. La interfaz simboliza un
programa a través del cual vemos y decodificamos el mundo. La interacción con
la interfaz, al darse en el terreno de lo simbólico, impulsa relaciones
existenciales en las que se implican nuestras creencias y nuestro destino. El
presente texto retoma la metáfora del médium
y explora: 1) la ontología de la interfaz, proponiendo una triada categórica
(Orgánicas o instrumentales, Sociales o conversacionales y Espaciales u
objetuales); 2) el rol desempeñado en el proceso de mediación simbólica de la
realidad en la era digital; 3) se analizan las condiciones de interacción entre
el usuario y la interfaz; y 4) los modos en que se establecen las relaciones y
procesos de reconocimiento en las redes sociales como Facebook.
Palabras
clave: Interfaz, Interacción digital, Nuevas tecnologías,
Nuevos medios, Facebook.
Abstract: Pre-mediate, mediate, remediate, hypermediate. The
interface is the hub of the symbolic production of the digital age. It is the
key to the complex web of symbolic interactions that the user sets with the
reality, with others, with the designer and programmer. Meta-communicational
prosthesis is an artificial body and extension of the intellect. It is designed
to meet in a transparent mode, the perceived need for connection,
socialization, recognition, representation, cognition, and interpretation
between the speaker and the hearer; between designer and user. The interface
looks semantic and discursive empathy between sender and receiver. His
perceptive nature, conversational and interpretive codes expands transmission
and communication, shrinks the distance between partners and establishing new
connections, new communications networks. The interface as a communication
tool, is different facets of the same type of relationship with the reality of
our culture. Encode and materializes; symbolically represents the cosmos
shortcut between the interactants. The interface symbolizes a program through
which we see and decode the world. The interaction with the interface, to be in
the realm of the symbolic and existential relationships, involved our beliefs
and our destiny. This text takes the metaphor of the medium and explores: 1)
the ontology of the interface, proposing a categorical triad (organic or
instrumental, social or conversational and Space or objectual), 2) the role
played in the process of symbolic mediation reality in the digital age, 3)
analyzes the conditions of interaction between the user and the interface, and
4) the ways in which relationships are established and recognition processes in
social networks like Facebook.
Keywords: Interface, digital interaction, new technologies, new media, Facebook.
Interfaz y comunicación:
La compleja red de intermediaciones significativas en la era digital
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
“La era electrónica… angeliza al hombre, lo
descarna. Lo convierte en Software”
(Marshall McLuhan)
El médium
y el fantasma
En pleno Siglo de
la ciencia, un año antes de la explosión de la Revolución Industrial, en el
corazón de un país que se sacudía al tenor del gigantismo industrial, en el
seno de una granja americana de Hydesville, Nueva York, la familia Fox fue
testigo del desplazamiento de objetos (sin que hayan tenido contacto con
persona alguna) y de golpes misteriosos en muebles y paredes. La noche del 2 de
diciembre de 1847, las hijas del pastor metodista John Fox escucharon por
primera vez una serie de ruidos con cierta periodicidad y sin causa aparente.
El 31 de marzo de 1848, treinta minutos antes de la media noche, los golpes se
manifestaron con una intensidad tenebrosa prolongándose hasta las primeras horas
de la madrugada. En medio del estruendo, Margaret y Kate Fox, desafiaron a las
fuerzas que provocaban el aterrorizante repiqueteo e irrumpieron una frontera
hasta entonces infranqueable. Valiéndose de un código preciso (un golpe para el
“Sí”, dos para el “No” y un golpe correspondiente a cada letra del alfabeto
latino) entraron en comunicación con un mundo oscuro e intangible.
Con ese nuevo alfabeto de carácter
telegráfico, nació el espiritismo en Estados Unidos. Eran los grandes días del
ferrocarril, el barco de vapor, el boom
de las mentes cientificistas y el querer explicar el mundo ya no sólo con la
razón sino con la ayuda de la lógica y el método. Esa tendencia, convertida en
moda, fascinó al físico William Crookes, fundador de la revista de divulgación Chemical News, Editor del Quarterly Journal for Science, miembro
de la Royal Society, descubridor del elemento químico Talio (1861), inventor
del radiómetro, investigador de los
rayos catódicos –mismos que hicieron posible la televisión- y autor del artículo
“Spiritualism Viewed by the Light of Modern Science”.
Los estudios de Crookes registran con particular pasión el caso de Florence
Cook y la materialización del fantasma de Katie King,
de quien obtuvo una estremecedora serie de fotografías que conmovieron a la
comunidad científica de la época y trastornaron la imaginación popular.
Allan Kardec, fundador de la Revue Spirite, la Société Parisienne
d’Etudes Spirites y autor del Libro de
los espíritus (1857), fue quien se encargó de teorizar sobre estos seres
humanos despojados de su cuerpo físico. En su texto, Kardec da cuenta de un
nuevo sujeto, el intermediario: el médium,
“el ser, el individuo que sirve de lazo para que los espíritus puedan
comunicarse con los hombres. Sin médium
no hay comunicación tangible, mental y física… de ninguna clase” (Hutin, 2001:
377).
El hombre descarnado, la evocación
de los ausentes, el contacto como un fin en sí, la necesidad de probar la
existencia de un más allá en el que subsiste la personalidad, la búsqueda de un
mundo en el que los espíritus conservan todos los rasgos de los humanos: el
cuerpo, el sexo e incluso los vestidos. La encarnación de la imagen como
reflejo de la sincera esperanza de obtener un contacto directo con los
ausentes. La lógica de la imagen y los trabajos de Crookes, no eran otra cosa
más que la demostración experimental de la esencia de la comunicación: hacer
tangible, lo intangible; hacer presente a los ausentes.
La encarnación del sujeto en la palabra
Thot, dios de la
escritura, de las bibliotecas y de la lengua, era reconocido como el escriba
divino que tomaba nota del peso de las almas cuando entraban en los infiernos.
Como dios de la escritura inventó todas las palabras y codificó las ceremonias
que transforman a los muertos en espíritus. Él era el señor de las palabras,
según el Fedro de Platón. Thot,
buscaba hacer más sabios a los hombres; de extender su memoria, y es que la
palabra ayuda a aprender y retener.
El nacimiento de la escritura, está ligado a la necesidad de atrapar y retener
el pensamiento; de tender una telaraña con los ojos y hacer comprensible el
mundo. La escritura aceleró el proceso de la experiencia y la civilización.
Sincronizó la vista, la voz, el oído y la imaginación. La escritura
re-semantizó los procesos de socialización, pluralizó la continuidad de la
cultura. La palabra hizo presente al mundo, dio nombre a la existencia,
concretizó la individuación. La escritura encarnó al significado, le dio forma
y articulación. El significante, al igual que el fantasma, requirió de un médium para dar señales de vida, después
de la vida sígnica. Esa es la lógica seriada de la mediación y la interfaz
según Pierre Lévy: la pluma-el alfabeto-el papel; hoy día, la mente-el
ordenador-y la mano.
El progreso de la alfabetización y
la educación escolar, afirma Alain Corbin (2001), tejió una nueva relación
entre el individuo, su nombre propio y su patronímico. Así, el hombre grabó su
nombre en servilletas, cuadernos, en bordados, en las actas matrimoniales. La
escritura favoreció al individualismo y el retrato satisfizo el anhelo de
igualdad. La imagen de uno mismo como instrumento de presencia; de poder.
La fotografía como la nueva escritura, como concreción de la fijación, de
la posesión, del poder comunicar la propia imagen y avivar el sentimiento de la
importancia de uno mismo. Representación y posesión, teatralización, extensión
de la memoria.
William Crookes, aisló las señas de la memoria y posibilitó algo más que la
posesión simbólica del otro. Al emplear la imagen como testigo mediático de la
acción del médium, canalizó los
flujos sentimentales, resignificó la esencia orgánica de la persona, modificó
“las condiciones psicológicas de la ausencia” (Corbin, 2001: 403) y “dio
permanencia a los sentimientos cotidianos” (McLuhan, 1989: 238).
Angustia, remordimiento, pérdida, desaparición, deseo, invocación,
permanencia y recuerdo. El médium,
como el medio, manifiesta la voluntad de perpetuar, de imprimir en el mundo la
propia huella. Ya lo decía Marshall McLuhan, la fotografía fue decisiva para el
paso del Hombre Tipográfico al Hombre Gráfico.
Imagen versus palabra, ambas ilusión y fantasía: usurpadoras del corazón,
del núcleo y la sustancia de los seres; registro de gestos y sonidos, de
experiencias reveladoras de secretos.
El médium delinea y afirma;
declara, verbaliza, hace presente el mundo interior. Ante la metáfora de las
hermanas Fox y la invasión del panorama interior se afirma una nueva sintaxis:
la del intermediario, de la interfaz; la de la mente que hace presente los gestos
y posturas de los ausentes.
La convergencia de la escritura y la imagen han detonado lenguajes
inimaginables. El médium, el fantasma
y la fotografía convergieron, los nuevos medios se contaminaron con las viejas
prácticas. Así como nos recuerda Carlos Scolari (2008) al más puro estilo
mcluhaniano, un medio se representó dentro de otro. He ahí la remedación (remediation) de Bolter y Grusin: la
transparencia del fantasma y la opacidad de la imagen fotográfica; la nueva
realidad ocultando su dispositivo (Bolter y Grusin, 2000). Unos que se quedan
con la experiencia fantasmal y otros con la fascinación mediática de la
fotografía. El médium como interfaz
desaparece y la interacción espectral se vuelve un proceso natural. El médium como constructor de significados,
como articulador de complejos signos y significaciones.
La interacción digital de los fantasmas
El médium como interfaz ha establecido una
compleja red de interacciones simbólicas. Hoy, dichas interacciones fluyen
entre hombre y hombre, entre el hombre y las máquinas digitales. Cada conexión
de interacciones reconfigura semánticamente el contexto donde se da la
recepción. La interfaz, el médium de
la era digital, es una prótesis metacomunicacional, una extensión artificial
del cuerpo y el intelecto (Scolari, 2004) diseñada para satisfacer en modo
trasparente, la necesidad de percepción, conexión, socialización, reconocimiento,
representación, cognición, e interpretación entre el enunciador y el
enunciatario; entre el diseñador y el usuario.
La interfaz busca la empatía
semántica y discursiva entre el emisor y el receptor. Su naturaleza perceptiva,
conversacional e interpretativa expande los códigos de transmisión y
comunicación, contrae la distancia entre los interlocutores y establece nuevas
conexiones, nuevas redes de comunicación.
El intercambio al que apela la
interfaz no se limita a la conexión conversacional del hardware; por el contrario, el poner en sintonía a los
interactuantes es la síntesis simbólica de procesos, reglas, convenciones, identidades
y valores en común. Ello la convierte, como señala Pierre Lévy, en una dinámica
y compleja red cognitiva de interacciones capaz de modelar nuestra percepción,
pensamientos y acciones.
Existen pues, diversas categorías
para la comprensión de las interfaces:
1. Orgánicas
o instrumentales. De naturaleza
adaptativa, evolutiva y que operan como extensión del hombre y sus sentidos
(McLuhan, 1989). Ejemplo, el lápiz como extensión de la mente; la radio como
extensión de la voz. Esta antropomorfización emplea códigos afines al sujeto
volviendo el proceso totalmente transparente actuando como prótesis simbólica.
2. Sociocultural
o conversacionales. Que expanden las
prácticas sociales y culturales de comunicación y significación. La interacción
misma es diálogo e intercambio simbólico. Ejemplo: el libro como amplificador
de la cultura; la imagen como práctica expansiva de la religión en la Edad
Media. Estas interfaces multiplican los medios y borran cualquier evidencia de
mediación (Bolter y Grusin, 2000)
3. Espaciales
u objetuales. Referidas como espacio
y soporte de la interacción. La interfaz traduce e interconecta al sujeto
enunciador y al sujeto enunciatario. Ejemplo: el teléfono celular o el
ordenador. Este tipo de interfaz son un programa de relación comunicativa; el
lugar de los encuentros (Winston, 1998).
La interfaz es el eje de la producción simbólica de la era digital. Es
el modo de extensión de nuestros órganos sensoriales; de nuestros modos de
captar el mundo, interpretarlo y semantizarlo. El usuario (emisor y receptor)
se vuelve parte de la interfaz al usarla. Esa es la condición del médium.
Particularmente los nuevos medios, intentan
conjugar la triada ontológica de la interfaz: son un espacio instrumental de
conversación y significación. Y es que toda interfaz se ha convertido en la
síntesis de: 1) las competencias científicas de su tiempo; 2) los valores,
tradiciones y preocupaciones de la esfera social; 3) las ideaciones o fuerzas
mentales (creatividad, intuición, imaginación, voluntad); 4) las fuerzas o
coacciones que impulsan o inhiben el desarrollo de las tecnologías; 5) los
prototipos; 5) los aceleradores o necesidades sociales supervenientes; 6) las
invenciones; 7) los frenos o leyes de supresión de una potencialidad radical; 8)
la adopción de la interfaz como desarrollo tecnológico (Winston, 1998) (Gráfico
1).
Gráfico 1
Modelo de desarrollo tecnológico/interfaz
Fuente: Winston,
1998
Bajo esta óptica, la interfaz como
herramienta de comunicación, constituye distintas facetas de un mismo modo de
relación con la realidad de nuestra cultura. Codifica y materializa; representa
simbólicamente el cosmos contextual entre los interactuantes. La interfaz
simboliza un programa a través del cual vemos y decodificamos el mundo
(González, 2005). Es el instrumento que hace cognoscible lo simbólico y permite
controlarlo; que facilita la correspondencia simbólica.
La interacción con la interfaz, al darse en el terreno de lo simbólico,
impulsa relaciones existenciales en las que se implican nuestras creencias y
nuestro destino. El espacio en el que se da la interacción hace evidente la
noción heidegeriana de estar en el mundo,
por permitir la experiencia del mundo. Vivimos y entendemos el mundo desde la
mediación que permite la interfaz.
La interfaz da la impresión de establecer relaciones encarnadas con aquello
que nos vincula; amplifica el camino de percepción; extiende la experiencia y
reduce las presencias. La interfaz posibilita la relación hermenéutica en la
que toda interacción se vuelve sujeta de interpretaciones (Ihde, 1979).
¿Existen experiencias sin mediación? Don Ihde diría que no, que en la
tecnosfera en la que nos encontramos, toda experiencia y vía de autoexpresión
está mediada. Esos son los terrenos de la interacción, pues la interfaz, parafraseando
a Emanuel Monier, más que una extensión de nuestro cuerpo es la evolución de
nuestro lenguaje (Citado en Ihde, 1979). Y si el lenguaje, como decía Hidegger
es un modo de ser y estar en el mundo,
las nuevas generaciones, viven y están en el mundo desde la realidad
mediatizada.
Así pues, las imágenes de Crookes dejaron entrever a la interfaz como un
metaprograma que hizo transparente, nítido, exacto y objetivo lo representado;
en pocas palabras, exorcizó lo imaginado. Lo trajo a la luz, lo automatizó, le
dio noción de reproductibilidad, control, fiabilidad y racionalidad. La
mecanicidad de la interfaz, como señala Laura González Flores más que dejar
huella de la realidad, es testimonio de un concepto (González, 2005).
En síntesis, la interfaz es un metacódigo, una superficie significativa que
hace que “algo” se vuelva fenómeno y conceptos imaginables para nosotros; lo
registra, lo abstrae, lo reduce, lo vuelve susceptible de interpretación. Su
magia está en transformar nuestros conceptos respecto del mundo exterior
(Fleusser, 1990). Como prolongación de los órganos humanos, la interfaz es una
simulación, que no sólo capta al mundo sino que pretende cambiar nuestro
significado del mundo. Por ende, su intención es meramente simbólica.
La interfaz y las representaciones
La lógica de la
interfaz es la mediación: el contar con una concepción previa a la mediación
(premediación); el
establecer un punto de contacto entre lo que se percibe y lo representado
(inmediación); el
transferir la experiencia de una persona a otra (mediación); la actualización
de un mensaje previamente mediado (re-mediación);
la fragmentación de un mensaje mediado y su multirepresentación (hipermediación).
(Gráfico 2).
Gráfico 2
La multimediación o mediaciones múltiples
Fuente: Propia
La interfaz en la era digital opera en una lógica de las multimediaciones
estableciendo una red cognitiva de interacciones simbólicas con agentes
axiológicos perceptivos, semantizadores y socializadores (Sujetos). Los
sentidos, el lenguaje y los nuevos soportes, son, a su vez, instrumentos
semantizadores expresivos, conversacionales explicativos y expansivos. La
interfaz como metamédium, prótesis
simbólica actúa en modo transparente, bajo la ilusión perceptiva, con
autonomía, autosuficiencia, extensionismo y narcosis (Ver gráfico 2).
El hombre en su vital necesidad de comunicarse ha establecido mediaciones
múltiples para la representación de la realidad. Los medios han cumplido con
esa necesidad por transferir las experiencias psicosensoriales a los otros. Las
interfaces han encarnado ese deseo de mediación. Las actuales tecnologías de
información y comunicación han extendido esa condición de poder y ubiquidad.
Entre más pueda dotar de sentido y de realidad una interfaz, más potente será
su grado de adopción. Su grado de verosimilitud y eficacia está en
teletransportar al usuario ante lo representado y desvanecerse en el acto de
representación.
Los nuevos medios, no sólo han
venido a re-actualizar y remodelar los mensajes previamente mediados, sino que
además ofrecen la posibilidad de que un mismo sujeto receptor se torne en
emisor a través soportes múltiples empleando códigos diversos modificando en sí
mismo el proceso de la comunicación. Este acto de hipermediación se torna en sí
mismo un desafío perceptivo/cognitivo y en una redefinición del proceso de
mediación producto del poder inmersivo de estos nuevos medios. Dijeran Bolter y
Grusin “lo que realmente es nuevo en los nuevos medios son los modos
particulares con los que remodelan los viejos medios y el modo en que los
viejos medios se remodelan a sí mismos para responder al desafío de los nuevos
medios”. (2000: 15).
Los hipermedios, no buscan en sí
mismos imitar la realidad sino la experiencia creada por los antiguos medios.
Buscan dar la sensación de inmersión e interacción no con el objeto sin con el
sujeto dialógico. Entre el médium y
lo representado se establece una nueva lógica discursiva. El sujeto busca como
el médium disolver por completo la
interfaz y ser él el que resignifique la realidad. La interacción hipermediada
articula los espacios múltiples entre múltiples usuarios y múltiples
plataformas. Así, las nuevas interfaces, traducen, transforman, articulan
varios sistemas narrativos, estéticos y transfieren permitiendo un intercambio
multidireccional de cualquier tipo de mensajes.
La interfaz deja entrever que el fin último de los interactúantes no es la
puesta en escena sino la hiperconexión y como señala Lev Manovich vivir el
“presente permanente” (2005: 111). El meta-objetivo es la interacción. El
saberse nodos para la comprensión de la realidad. En esa realidad los usuarios,
perciben, actúan, responden, crean nuevas experiencias, cohabitan. La interfaz,
permite, como el lenguaje, habitar dentro de él. Es el no lugar por excelencia en la era digital. Es el espacio simbólico
en el que se realizan las interacciones del hombre con el hombre y no con la
máquina como se creía. “Las interfaces son formas diferenciadas de registrar la
memoria y la experiencia humana, mecanismos para el intercambio cultural y
social de información” (Manovich, 2005: 123).
El contenido, la interfaz y el individuo se funden en una sola entidad
(Manovich, 2005: 116). La interfaz permite vivir las experiencias como si se
estuviera en el mundo real; expande la experiencia de realidad y multiplica la
acción comunicativa. Dijera Carlos Scolari, “La interfaz es simultáneamente
lugar, prótesis y comunicación” (2004: 81).
La interfaz como procesador de símbolos, permite hoy la manipulación de
múltiples formatos, pero sobre todo, filtra la cultura y mediatiza toda
producción artística, comunicativa y cultural. La interfaz actúa como “código
que transporta mensajes culturales en una diversidad de soportes” (Manovich,
2005: 113); por tanto no es neutral, afecta todo mensaje que en ella se
transmite suministrando un modelo del mundo, un sistema lógico e ideología. La
interfaz es transparente pero su código no. Un triple código se oculta en la
interfaz: el del que desarrolla la interfaz, el que la usa para emitir y el que
decodifica lo que recibe. Los nuevos medios son máquinas mediáticas universales
que almacenan, distribuyen y permiten acceder a todos los medios; interactuar
con ellos es “interactuar con la cultura codificada en forma digital” (Manovich,
2005: 120).
¿Es el médium
el mensaje?
La red hoy
transporta átomos y los vuelve bits, pixeles, fantasmas, representaciones
digitales de personas, mundos, sentimientos y palabras. El ser físico hoy se
reproduce en el ser digital (Negroponte, 1997); nace de la tierra, se extiende
por el éter, intercambia de lugares y se traslada por la red. ¿El médium es el mensaje? Es el que condensa
la información, redefine la presentación, la vuelve concreta, la muestra a los
ojos y la expande por la cabeza. Sin embargo, la red como un conjunto de médiums interconectados, reordena los
fragmentos del fantasma.
Nicholas Negroponte afirma, “en un mundo digital el medio no es el mensaje,
sino una encarnación de éste” (1997: 93). El médium es el fantasma, el médium
es el espectador. El médium es hardware y el fantasma simple software.
Facebook como interfaz vuelve redundante al médium y al fantasma. Como las fotografías de Crookes. En esa ouija
digital interactúan los espectros y los mediadores. En ese tablero
digitalizador todo se vuelve presente. Uno invoca y ante el llamado alguien en
concreto se hace presente: frases de mensaje se encuentran con frases de
respuesta. Viajeros perdidos regresan con los años, los recuerdos de la
infancia de pronto aparecen y se tornan fotografía que nadie recuerda haber tomado
pero que materializan la memoria. De la nada regresan los desaparecidos. La
arquitectura de lo real pareciera no tener cabida; de pronto, de la nada la
interfaz nos pone en comunicación con los incomunicados, con los ausentes, con
los que el tiempo había desaparecido, incluso de la memoria.
En la red todos son descarnados y la comunicación se vuelve extrasensorial;
banquete de la memoria. Facebook ha hecho que parezcan tan real, los propios
fantasmas, o incluso más que la propia realidad. Así como la materialización
del fantasma de Katie King, Facebook provoca la sensación de estar ahí:
telepresencia humana digital en tiempo real; invocación y posibilidad de dar
forma real, de manifestar a los desencarnados.
En Facebook la simbiosis imagen-palabra; sujeto-interactores; médium-fantasma, deja ver que la vieja
gramática está muriendo (Levinson, 2010), que el amigo imaginario es producto
de la batalla de los sentidos tecnológicamente prolongados, que la supuesta
percepción extrasensorial es producto de la articulación de la vista y la voz.
Facebook es hoy la síntesis de las interfaces; en ella se concretizan las
múltiples mediaciones, las vías de organización de la información, presentarla
al usuario, relacionarla en tiempo, espacio y estructura con otras experiencias
humanas; con variadas formas de acceder a la información; con complejos
procesos de socialización; con sistemas de control; con tradiciones culturales
y mecanismos para el intercambio cultural y social de información. Permite,
como el médium tener contacto con el fantasma y comunicar todo lo que parecía
estar destinado a callarse.
Melville Bell, padre de Alexander Graham Bell, pasó toda su vida tratando
de hacer visible el habla, Facebook sacó a la luz a los que estaban ocultos y
nos puso en sintonía con los desconocidos. En ese espacio virtual se ha hecho
visible el habla. Mirar y casi tocar es posible. El protocolo de la invocación
es tan sencillo como dar un click con
los nudillos digitales en el muro y escribir “estoy aquí”. El fantasma como parásito
del médium exige de su relación una
nueva mediación. Una hipermediación que en Facebook se ha materializado como
co-evolución entre usuario y tecnología, como simbiosis entre lo interior y lo
exterior; entre lo real y lo ficticio, entre el tiempo y el espacio, entre la
proximidad y la presencia, entre el habla y el hablante, entre la creación y lo
creado, entre lo comunicable y lo comunicado, entre el médium y el fantasma.
El terreno de las apariciones ya no es el cementerio, el sepulturero se ha
ido; el fantasma fluye por la red en busca de su médium.
Referencias
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